Viejo Matador hace parte de una serie de obras, dibujos y pinturas, que hizo Botero referentes al tema de la tauromaquia.
De las obras de La Corrida que representan personajes, Ana María Escallón ha dicho:
(…) en ninguno de ellos existe una similitud estricta con la tauromaquia, sino que es recreación libre donde el propósito es ver la realidad a través de sí mismo. Allí donde hay razones y motivos. Su figuración omite la representación y la grandilocuencia del retrato académico. Por eso sus personajes están vacíos, no sienten valentía, no aparece el orgullo del reto ni la fuerza de un enfrentamiento. No hay carácter, retórica ni dimensiones morales o sicológicas. (ESCALLÓN, 1993, p. 4C).
El vocabulario con el que José María Cossío inicia su gran obra de Los Toros, define la cuadrilla como el “conjunto de diestros de a pie y a caballo que lidian los toros bajo las órdenes de un matador” (COSSIO, 1943., Vol. 1, p. 50).
Los inicios del toreo
Inicialmente, el toreo fue una actividad deportiva de nobles y aristócratas; después del siglo XVII, poco más o menos, se convirtió en el oficio de muchos miembros de estratos más bajos. Es de resaltar que muchos de los más famosos toreros del siglo XVIII, formados en la Escuela de Tauromaquia de Sevilla, iniciaron su contacto con los toros como empleados del matadero aledaño (Ibíd., Vol. 1, p. 573). Tras la profesionalización de este oficio, los matadores, siempre admirados por las clases populares, conquistaron cierto estatus, lo que les permitió sentir cierta pertenencia a las élites culturales de España y otros países. Además, ciertos hombres cultivados se hicieron toreros, creando tensiones con aquellos de origen más popular (es el caso de Luis Mazzatini descrito por Cossío, Ibíd., p. 575).
La preeminencia del toreo de a caballo antes del siglo XVIII fue un poco desdibujada por la importancia que toma el de a pie; a partir de esa época, se eleva en la jerarquía el matador o espada, seguido de los medias-espadas, o subalternos que lograban destacarse cuando los espades les cedían la muerte de algún toro. Los banderilleros ocupaban un estrato intermedio, pues además de este oficio se encargaban de capear e incluso estoquear a los animales. Hoy en día esta práctica está prohibida por los reglamentos, y para aquel lidiador que quiera convertirse en matador, se disponen las novilladas como prueba previa a la alternancia con los espadas; igualmente, los tentaderos y encerronas celebrados en ganaderías, son escuela para los jóvenes toreros. La alternativa es una ceremonia solemne en la que el torero adquiere la categoría de matador; “en ella, el espada más antiguo cede al que por primera vez alterna con matadores de toros la lidia y muerte del primer toro (…)” (COSSIO, Op. Cit., Vol. 1, p. 583). El matador entrega al primerizo su espada y su muleta, y recibe de éste el capote; el padrino da al ahijado algunas palabras de felicitación o consejo; para el segundo toro, es el nuevo espada el que entrega los trastos de matar al veterano, y continúa la fiesta sin más interrupciones. El acto de la alternativa es de gran importancia en el mundo de toreo pues es en el que se basan los derechos de antigüedad de los matadores, entre ellos el orden que han de seguir en la lidia; la alternativa planteó varios problemas a los diestros aún desde el siglo XVIII, pues algunos toreros de igual mérito pretendían iniciar la corrida, aún sin respetar la antigüedad de otros (algunos incidentes de este tipo son descritos en Ibíd., Vol. 1, p. 584 y ss.). Años atrás sólo se tenía en cuenta la antigüedad obtenida en la alternativa en la plaza de Madrid; hoy en día, la antigüedad la presta cualquier plaza, pero se mantiene la costumbre de repetir la ceremonia la primera vez que se torea en la de Madrid, como cortesía al público de la más importante plaza de toros de España. (Para otros asuntos relativos a los usos y costumbres de los toreros, como el apodo y tratamiento y los contratos y honorarios, véase Ibíd., Vol. 1, p. 588-598).
Traje
En la obra de Botero sobre la tauromaquia los toreros llevan el traje de luces tradicional, con prendas llamativas, algo excéntricas para el gusto común y por eso de uso estricto para el espectáculo taurino. Los primeros toreros de a pie vestían jubones de terciopelo en color marrón, sobre los que llevaban bandas distintivas; llevaban también calzón corto sujeto con correa de ancha hebilla, medias gruesas y zapatos fuertes. Usaban un sombrero ancho, como el castoreño que hoy llevan los picadores; su capa, utilizada cotidianamente, les servía para embestir a los toros. En 1766, el secretario de estado español, marqués de Esquilache, prohibió el uso de la capa, lo que generó motines y revueltas entre el pueblo; por eso, para torear, la capa fue reemplazada por el capote, una prenda hecha de resistentes telas, rosa por un lado y amarillo por el otro; además de resistentes estas telas debían ser algo pesadas, para que el viento no las ondeara. “A principios del siglo XIX se reformó la ropa para torear, desapareció el jubón y surgen las primeras chaquetillas adornadas con flecos y bordados de lentejuelas, rosas, blancas y azules” (GUARNER, Op. Cit., p. 18); en esta época, los chalecos eran más altos que los actuales, no se usaba corbatín, y se introdujeron la faja y una redecilla que enfunda el cabello y se sujeta en la parte alta de la cabeza. Años después, los adornos inundan el traje de los toreros, con bordados en oro y plata, colores llamativos e inclusión de alamares y borlas; en la cabeza llevan la montera –introducida por Francisco Montes Paquiro-, y las zapatillas pierden las hebillas. Se reintroduce el corbatín, que desde momento se adelgaza, lo mismo que las fajas; los trajes de la primera mitad del siglo XIX eran tan recargados de adornos que llegaban a pesar hasta veinte kilos. Ya para 1915, la coleta natural es sustituida por un añadido, de manos del famoso torero Juan Belmonte; las monteras toman su forma contemporánea, y se establecen colores determinados para los toreros principales y los subalternos; los primeros visten con seda bordada en oro y plata, y los segundos, en blanco o negro. Las medias de algodón blanco son reemplazadas por las de color rosa hechas en seda, y así se mantienen hasta hoy. Desde 1922, el peso de los trajes se alivianó, al reemplazar los pesados adornos por bordados más sencillos y ligeros apliques. Para los toreros, colocarse el traje de luces es todo un rito; hay un orden establecido para la postura de las prendas, las cuales son hechas a la medida y gusto del matador (Para una historia del traje de torear de los diestros de a pie, véase COSSIO, Op. Cit., Vol. 1, p. 599-611).
En la obra El Matador, el torero está vestido con el típico traje de “gala”, con la chaquetilla roja, con hombreras doradas, bordados igualmente dorados y blancos y con piedras color grana. El chaleco también es rojo, la camisa blanca, como se acostumbra, y el corbatín verde. La taleguilla o pantalón es igualmente rojo, el lado externo de la pierna con bordados dorados. Las medias de seda rosadas y los zapatos negros. El capote lo está sosteniendo en la mano derecha mientras que la montera, negra, la tiene en su mano izquierda.
Instrumentos
El capote es más corto que la capa, es más lujoso, recargado de bordados, de telas finas; los de los banderilleros son igualmente suntuosos, pero no tanto como los de los matadores, algunos de los cuales mandaban a bordarles imágenes religiosas. “El capote de lujo tan sólo se luce en el paseo de las cuadrillas. Los de brega los lleva el mozo de espadas en una espuerta, y al terminar el paseo se trueca el de lujo por él, y aquél se entrega generalmente a alguna persona en señal de deferencia para que le tenga y cuide durante la corrida. Al terminar vuelve a requerirle el diestro y sale de la plaza con él” (COSSIO, Ibíd., Vol. 1, p. 872). El capote que lleva el Matador de Botero, es de tres colores, verde, azul y rojo, con flores estampadas en las telas,
La muleta es el instrumento con el que torea el lidiador antes de la estocada; una leyenda dice que la muleta fue inventada por Francisco Romero, el patriarca de una familia de toreros malagueños. En su Tauromaquia (1809), Pepe Hillo la define así: “La muleta se hace tomando un palo ligero de dos cuartas, o sea unos 40 cm de longitud y que tenga un gancho romo en uno de sus extremos, en el cual se mete un capotillo cuyas puntas deben unirse al otro extremo del palo, dándole algunas vueltas para que quede sujeto” (citado por GUARNER, Op. Cit., p. 77). Poco a poco, el palo se hizo más largo, hasta alcanzar los 50 cm, igualmente, la tela se alargó un tanto; Francisco Arjona Currito y otros toreros, a fines del siglo XIX, utilizaban muletas muy grandes, lo cual incitaba comentarios irónicos entre los entendidos. La muleta debe ser tomada en el centro del palillo, de modo que el instrumento forme un ángulo recto con el cuerpo del torero. A diferencia de la práctica actual del toreo, antes de que se formalizara la tauromaquia los toreros no usaban la muleta, acaso daban algunos pases por delante de la cara del toro, con su mano izquierda; hoy en día, las suertes de muleta hacen parte fundamental del tercer tercio de la lidia y se realizan con la mano derecha preferiblemente. El color rojo de la muleta ha sido asociado por la imaginación popular “(…) a la sangre y al desafío que esto produce en el toro. De poco han valido las opiniones científicas de que la visión del toro no lo aprecia y que el animal acude al movimiento, no al color…” (AMOROS, 1990, p. 132).
Las cualidades de un buen torero dependen del buen uso de estos instrumentos y de su desempeño ante en las suertes de la lidia; Marcial Lalanda decía que el diestro ideal debía reunir tres atributos fundamentales: técnica, valor y arte (Véase AMORÓS, Op. Cit., p. 188 y ss.). A partir de éstos, poetas y críticos han señalado otros, como el poder, la altivez, el conocimiento, la armonía, la elegancia, la inteligencia, el orgullo y la pasión, cualidades que no están presentes en las figuras de Botero, a quien interesan más los problemas pictóricos que los de la realidad y de los dramas de la corrida, evidenciado en el entorno en el cual pintó al Viejo Matador.