Las disputas por el poder entre conservadores y liberales al final del siglo XIX en Colombia, con posturas que parecían irreconciliables en torno a aspectos determinantes para la conformación del proyecto de Estado-nación, tuvieron múltiples consecuencias que cambiaron de forma radical y permanente al país.
La Guerra civil de 1884-1885 supuso el final de la vigencia de la Constitución de 1863 -inspirada en el radicalismo liberal y de corte federalista-, y el lanzamiento, por parte del presidente Rafael Núñez, de una profunda reforma que concluyó con la adopción de una nueva constitución en 1886 y la instauración de un régimen político centralista con una mayor influencia de la Iglesia católica conocido como Regeneración, cuyo lema fue Una Nación, un pueblo, un Dios. A pesar de las pretensiones de estabilidad política y unidad nacional del nuevo régimen, otras dos guerras civiles devastaron al país, la de 1895, y la Guerra de los Mil Días (1899-1902), que dejó una profunda crisis económica y condujo a la Separación de Panamá en 1903.
A solo dos meses del inicio de la Guerra de los Mil Días, las tensiones políticas se trasladaron al campo de la cultura con la inauguración de la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1899, evento de gran importancia para la historia del arte colombiano que sirvió de campo de pruebas simbólico para las disputas partidistas que luego tendrían el trágico desenlace de la guerra civil más prolongada y sangrienta de todo el siglo XIX. Fue en los productos de la llamada alta cultura en donde se proyectaron los anhelos y ansiedades de las élites, que buscaban a través de la promesa de progreso aportada por la sofisticación del arte académico, configurar y legitimar el poder, la autoridad y la imagen propia como forma de identificación y distinción frente al resto de la sociedad, lo que creó una brecha de exclusión en un proyecto político que jamás consideró los intereses de la mayoría de regiones del país, ni la diversidad cultural y social de las mismas.
Este deseo de modernización encontró en el verismo del arte académico, en su moralidad, idealismo, concepto de virtud y buen gusto, el lenguaje oficial de la Regeneración, cuyo conservadurismo requería un programa iconográfico capaz de encarnar lo bueno, lo santo y lo bello, principales presupuestos conceptuales de su ideólogo Miguel Antonio Caro. Esta imagen de la sociedad, abstracta, teatral y artificial, alejada de la realidad objetiva de la gente, había que crearla, por esto hablamos de La creación del gesto, y del papel fundamental de artistas como Francisco Antonio Cano en ese momento crucial de la historia nacional, que por sus efectos políticos, sociales y culturales aún incide en la estructura de nuestra sociedad y en nuestra sensibilidad.
CURADURÍA
CAMILO CASTAÑO URIBE