Sala Internacional: Sophia Vari

“No quiero que a los artistas colombianos de hoy les pase lo mismo que me pasó a mí. Tuve que aprender a pintar sin ver un solo original de pintura de afuera de Latinoamérica. Los colombianos tendrán acceso a este repertorio de obras de Europa y Norteamérica”.

La intención de Fernando Botero al donar su colección de arte internacional tiene, entre otras motivaciones, un propósito altruista y pedagógico que expresó en numerosas entrevistas: que los artistas locales puedan acceder a referentes internacionales sin experimentar las dificultades que él mismo vivió cuando se aproximaba al arte de otros contextos geográficos y culturales, pues las únicas opciones que tenía eran las reproducciones impresas en libros y revistas, llenas de limitaciones de escala y contexto. Esta intención, que coincidió con el cambio de siglo, se ha visto desbordada por un mundo hiperconectado en donde se asume, pero no siempre se cumple, que los artistas tienen acceso a grandes cantidades de información y oportunidades para la circulación de sus ideas y obras. 

 “Salvada la dificultad” de los artistas de la periferia para acceder a estos referentes, aparece un nuevo problema: el fantasma del eurocentrismo y de la hegemonía cultural ejercida desde los centros de poder político y económico, que mantiene en una compleja relación de subordinación a muchos países del llamado Sur global, entre los que se encuentra Colombia. Entender cómo estas tensiones han determinado en muchos casos el desarrollo de las artes locales se hace cada vez más urgente para seguir consolidando prácticas artísticas más conscientes y pertinentes frente a los desafíos que presenta el mundo contemporáneo. 

 Por esto, proponemos como eje principal de la sala la pintura Liberación (la boca roja), 1947, del artista cubano Wifredo Lam, quien supo integrar en su obra las características más importantes de las vanguardias europeas con su herencia africana y caribeña, adelantándose en décadas a discusiones sobre temas como la globalización, la transculturación o la descolonización. Su vida y obra, de profundo compromiso político y estético, le permitieron abordar críticamente las tensiones de un mundo marcado por las guerras y las crisis políticas y sociales sin renunciar a su origen e identidad mestiza.  

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Auguste Rodin
Uno de los tópicos más aceptados para entender la irrupción de la modernidad en el arte del siglo XX es a través de la pintura y sus transformaciones; no obstante, en la transición entre las viejas costumbres y la modernidad, la escultura no fue la excepción. ¿Qué es lo fundamental en escultura y qué se puede remover manteniendo la esencia? Una de las grandes preguntas contenidas en la obra de Rodin, influenciada por las esculturas rotas de la antigüedad, fue si se podía leer una emoción o una idea con solo representar una parte del cuerpo y no su totalidad. Sus cuerpos, fragmentados y plenos de emoción, alejaron su obra de los preceptos y tradiciones de las bellas artes y del orden jerárquico de los salones parisinos que privilegiaban la pintura. Otro de sus aportes fue la consideración del público como parte activa y complementaria de sus esculturas, gracias a la eliminación del pedestal, hito definitivo para la irrupción de la escultura en la modernidad.
Fernando Botero
La faceta como escultor de Fernando Botero es tal vez la menos estudiada, el foco de todos los análisis siempre se ha centrado en su pintura, profundamente influenciada temática y formalmente por el Renacimiento italiano, caracterizado por las formas monumentales, las composiciones rítmicas de rigor geométrico y por una paleta armónica de color. Cuando su universo pictórico encontró el equilibrio —en la manera en que el color, la forma, la composición y el tema se integraron—, la monumentalidad inicial de sus figuras de inspiración renacentista dio paso a otro orden: el volumen, que hizo de sus imágenes emblemas de sensualidad estática y deforme. Con la escultura, el artista retomó la monumentalidad perdida, sus referentes fueron las esculturas griegas, romanas e incluso egipcias, monumentales y mutiladas, que inspiraron sus vaciados de manos y cabezas gigantes, sus versiones de Venus y sus esfinges. No fue casual su interés por Rodin, que basó gran parte de su trabajo en la esculturas rotas y mutiladas del pasado.
Roberto Matta
Roberto Matta fue uno de los representantes más importantes de la modernidad en el arte latinoamericano del siglo XX. Luego de terminar sus estudios en arquitectura, viajó a Europa; allí pasó una temporada en España y luego llegó a París, lugar en donde conoció a todos los intelectuales del momento, entre ellos André Breton, quien lo introdujo en el círculo del movimiento surrealista. De una gran sensibilidad y creencias místicas, su trabajo exploró la profundidad de la psique y la conciencia humana a través de imágenes que nos plantean una realidad que no es asimilable con lo tangible y lo que nos rodea. Sus pinturas son como proyecciones de estados sicológicos en los que se debaten aspectos de intensa humanidad en contraste con lo infinito del universo; en algún momento, llamó a este tipo de imágenes “paisajes interiores”. Huyendo de la Segunda Guerra Mundial, migró a Nueva York en 1939. Su trabajo, caracterizado por el automatismo surrealista, influenció la posterior consolidación del expresionismo abstracto.
Rufino Tamayo
Pintor mexicano de gran influencia en su país y en Latinoamérica. Su trabajo no estuvo exento de controversia debido al enfoque despolitizado que le otorgó a su pintura, alejada del realismo social y de muchos de los principios revolucionarios que caracterizaron el muralismo mexicano; esto, en parte, gracias al crítico y gestor de arte José Gómez Sicre, quien fue el director de Artes Visuales de la Unión Panamericana —hoy conocida como la OEA—. Este antagonismo con el muralismo —representado principalmente por Rivera, Orozco y Siqueiros— le permitió conectar las temáticas latinoamericanas con las tendencias artísticas más contemporáneas de la mitad del siglo XX; en parte, esta nueva sensibilidad se debió a sus estancias frecuentes y prolongadas en París y Nueva York. Su obra, de gran poesía y experimentación formal, amplió las posibilidades del lenguaje cubista y abrió nuevos caminos para el arte latinoamericano, influyendo en pintores como Cuevas y Botero, así como en importantes artistas norteamericanos.
Max Ernst
Max Ernst, pionero del Dadá y el Surrealismo, fue uno de los artistas claves de las primeras vanguardias. Su participación en la Primera Guerra Mundial marcó el tono de su trabajo, que se centró en la búsqueda de un arte que evidenciara las fracturas del mundo moderno. Acorde con el espíritu surrealista, sus obras abordaron el sinsentido del periodo de entreguerras, a través de la extrañeza que causan los encuentros fortuitos y casuales de objetos e imágenes. Para esto se valió, en un primer momento, del collage, medio con el que presentó obras en las que la realidad inicial de las imágenes se ve alterada hasta el punto de tornarse siniestra y amenazante. En sus pinturas, su talante experimental lo llevó a incluir procedimientos inventados por él mismo como el frottage y el grattage, que se valen del azar y las texturas de objetos y superficies para componer representaciones de paisajes y faunas que casi nunca tienen una explicación lógica, pero que encarnan el diálogo entre sus mitologías personales y los temores y ansiedades conscientes e inconscientes. Muchas de sus obras, previas a la Segunda Guerra Mundial, son como presagios de la devastación que vendría.
Frank Stella
Frank Stella fue una de las figuras prominentes del arte de posguerra en Estados Unidos. En sus más de seis décadas de trayectoria consolidó un extenso cuerpo de obra que se estima en más de 10.000 pinturas, grabados y esculturas. La sobriedad de su trabajo, que en principio estuvo caracterizado por la monocromía y los bordes duros (Hard edge painting), representó el paso natural del expresionismo abstracto, con su expresividad y lirismo, hacia unas imágenes sosegadas y rigurosas en donde el color, la línea y la composición constituyeron el abecedario de una nueva forma de entender el arte y la pintura. Esta nueva sensibilidad hizo de su obra la precursora del Minimalismo. Fiel a su convicción de devolverle a la pintura su condición de objeto —más allá de ser una mera representación de la realidad falseada por la ilusión de profundidad de la perspectiva—, siempre se reusó a las interpretaciones de sus imágenes; por eso, declaraba: “lo que ves es lo que ves”.
Jacques Lipchitz
“Por tanto, dijo a Abraham: Echa a esta sierva y a su hijo, porque el hijo de esta sierva no ha de heredar con Isaac mi hijo”.
Génesis 21:10

Entonces Abraham se levantó muy de mañana, y tomó pan, y un odre de agua, y lo dio a Agar, poniéndolo sobre su hombro, y le entregó el muchacho, y la despidió. Y ella salió y anduvo errante por el desierto de Beerseba. Génesis 21:14

Agar en el desierto fue un tema común a la pintura europea, más allá de la dimensión devocional, las posibilidades expresivas y dramáticas de este pasaje bíblico permitieron que muchos artistas exploraran diversas soluciones formales y compositivas con notables ejemplos como el de Paolo Veronese, Camille Corot o Marc Chagall. Para el escultor lituano Jacques Lipchitz el tema de Agar tuvo implicaciones autobiográficas y políticas. Varios de los vaciados de esta escultura reposan en importantes museos del mundo. Migró a París muy joven para estudiar arte (1909), allí asumió su trabajo como escultor desde una perspectiva cubista. Su objetivo fue liberar el tema escogido de su representación literal; por esto, en sus esculturas prima el diálogo de formas, volúmenes y el equilibrio de las masas sobre cualquier representación clásica y convencional de los temas. Para 1941, cuando la invasión del ejército de Hitler a Francia era inminente, Lipchitz, que era judío, se trasladó a Nueva York. En 1948 y 1949, cuando creó sus primeras versiones de Agar, Lipchitz estaba muy preocupado por los conflictos que se desencadenaron con la formación del nuevo estado de Israel, su anhelo fue que prevaleciera la paz. Con respecto a Agar en el desierto, dijo que para él esta escultura significaba “una oración por la hermandad entre árabes y judíos”.
Helen Frankenthaler (1928/2011)
El expresionismo abstracto tomó elementos diversos para constituir su lenguaje formal: la fundamental influencia del arte de los nativos americanos, el influjo del Dadá, que le otorgó su gestualidad, azar y libertad; por último, la evidente conexión con la gran tradición del paisaje norteamericano, anclada, a su vez, en el paisajismo inglés, que hizo de estas pinturas panorámicas monumentales que necesitan ser recorridas por el cuerpo y la mirada debido a su escala. La obra de Helen Frankenthaler supo recoger lo mejor de este tipo de pintura y lo llevó a un nivel diferente, en el que el color se expande libre por el lienzo encontrando su propia elocuencia natural. Su trabajo se constituyó en el puente entre el expresionismo abstracto y la pintura de campo de color, y su técnica de teñido del lienzo (the Soak-Stain Painting Technique) se convirtió en una revelación. Al estar diluido, el color penetra las tramas de la tela y la convierte en una especie de piel que compone rítmicamente las sugerencias visuales de un paisaje interior, cercano a la sensación y emoción que nos produce un paisaje real, pero alejado de su representación literal.
Wifredo Lam (1902/1982)
La investigación curatorial desarrollada para la renovación y montaje de la Sala Internacional Sophia Vari implicó volver a mirar las obras donadas por Fernando Botero con curiosidad y espíritu crítico. El objetivo fue darle a esta parte de la donación un criterio distinto al que se mantuvo desde el momento en el que las obras llegaron a Medellín, el de la anécdota cargada de emotividad y asombro, que supuso el mantenimiento de cierta distancia de la sala con el resto de los espacios del Museo. El diagnóstico inicial identificó esta separación conceptual con los otros guiones del Museo y planteó posibles soluciones para situar la sala como parte integral de la estructura curatorial general, y no solo como la colección privada de arte internacional de Fernando Botero. La conclusión principal fue que el tiempo que abarcan las obras, artistas y temas de la sala es el mismo de las dos salas de larga duración del segundo piso del Museo: Historias para Repensar y Promesas de la Modernidad. Esta correlación también se encuentra en los temas e ideas abordados en estos espacios —entendiendo las diferencias de contexto y lugar—, que se pueden definir como la irrupción de la modernidad y sus efectos en las artes. La conclusión principal al final del proceso de investigación fue que la sala necesitaba tener el mismo carácter crítico y reflexivo del resto del Museo. Encontrar esta coherencia requirió profundizar en obras y artistas que reflejaran no solo el espíritu de su tiempo, sino que pudieran servir de puente entre el pasado de las vanguardias y las preocupaciones más contemporáneas; por esta razón, se definió como eje central de la sala la pintura Liberación (la boca roja), 1947, de Wifredo Lam.
Armand Fernandez
Francia, nacionalizado estadounidense
(1928/2005)
Expansión sinfónica, 1991

Arman perteneció, en la década de 1960, a la vanguardia del llamado Nuevo Realismo, un grupo de artistas que proclamaba por “un nuevo enfoque perceptivo de lo real” en el arte. Su trabajo es reconocido por su habilidad para transformar lo cotidiano en arte; además, asumió una crítica social a través de la acumulación de objetos y su influencia en el desarrollo del arte moderno. Es precisamente esa acumulación la que mejor define lo que quería contar. Esa crítica al consumismo y a la sociedad industrial es lo que hace tan vigente y universal la obra de Arman, que aborda temas como el exceso de objetos y el impacto de la producción masiva. Sus obras, que se desarrollaron entre 1960 y principios de los 2000, nos siguen hablando hoy, pues vivimos en un planeta que enfrenta cambios substanciales en la forma en la que nos relacionamos debido al consumo desmedido de ciertos productos. Países en guerra tratando de acumular la mayor cantidad de materia prima para la elaboración de objetos cotidianos.
Sophia Vari
Grecia (1940/2023)
La raíz y la noche, 1996

Sophia Vari y Helen Frankenthaler son las únicas mujeres artistas en esta sala. Las dos alcanzaron importantes reconocimientos a nivel global; incluso, más allá del campo de las artes. La poca presencia de las mujeres en esta sala nos invita a abrir un debate en torno a la forma en la que se ha construido la historia del arte occidental y a preguntarnos por el papel y la participación de las mujeres en el campo artístico. Son muchas las lecturas que suscita el trabajo de Sophia Vari, reconocida por sus esculturas monumentales y abstractas, y su pasión por la joyería. Además, fue la principal promotora de estas donaciones; por eso, para rendirle un homenaje, la sala lleva su nombre. Sophia hizo del arte su vida y lo supo compartir.
Richard Estes (1932)
Estados Unidos (1932)
Broadway mirando hacia Columbus Circle, 1991

Richard Estes es uno de los fundadores del hiperrealismo, también conocido como fotorrealismo, que se caracteriza por imitar la apariencia de las fotografías; sus obras capturan reflejos, vidrieras y escenas urbanas con un detalle minucioso. El enfoque en la técnica y el uso innovador de la luz y el color le han otorgado reconocimiento en el mundo del arte. El trabajo de Richard, más allá del efecto fotográfico que producen sus obras, capta un instante ficticio; por eso, es reconocido como “un modelador de la mentira”. Usa la fotografía —afirma que por cada pintura toma más de 100 fotos— para proponer juegos entre realidades y ficciones. ¿Quién puede capturar fielmente la realidad, ¿es posible hacerlo? La potencia de la obra de Estes, y en general de las artes, está en la posibilidad de articularse con el presente; en este caso, nos invita a preguntarnos por los cambios acelerados de la sociedad, especialmente hoy cuando las imágenes generadas por IA —herramienta que usa sin permiso el trabajo de artistas de distintos campos— se vuelven cada vez más comunes y se viralizan rápidamente como si fueran reales. La ficción sobrepasando la realidad.
Dieter Hacker (1943)
Alemania (1942)
Viaje al fin del mundo, ca. 1987

Hacker es un importante artista alemán, sus obras tiene una alta carga política; incluso, se alejó un poco del mercado del arte, especialmente desde 1971, para desarrollar el concepto de artist-run gallery o espacios autogestionados por y para artistas. Además, en sus obras, de distintos periodos y técnicas, se destacan sus posturas sociocríticas. La obra presente en esta sala corresponde precisamente a la década de 1980, cuando Dieter se hace famoso como pintor dentro del conocido Neue Wilden, término usado por artistas de Alemania para referirse al neoexpresionismo como forma de oposición al arte minimalista y conceptual, pues propone el uso de colores intensos y pinceladas gruesas. Sin perder de vista las dimensiones críticas que propone el artista, podemos destacar la importancia que tiene la obra Viaje al fin del mundo en el contexto actual: un presente de éxodos y viajes en el que las migraciones son el resultado de diversas situaciones sociopolíticas que hacen que nuestra realidad sea percibida o tamizada por las ideas del fin. Una obra que nos exhorta a cuestionar nuestros presentes.
Antonio Tàpies (1923/2012)
España (1923/2012
Punto blanco, 1997

Es importante reconocer que para 1997 Antoni Tàpies se hallaba en una etapa madura de su carrera, en la que había alcanzado grandes reconocimientos a nivel internacional, al ser uno de los artistas españoles más importantes del siglo XX. Durante la década de 1990, España, junto a otras naciones, se preparaba para unirse a la Unión Económica y Monetaria de la Unión Europea y adoptar el euro. Las obras de Antoni Tàpies —incluidos sus libros sobre teoría de arte— nos sumergen en las complejas posibilidades espirituales, muy propias de su trabajo, que invitan a la introspección y la meditación. Se acercó por primera vez al arte a los 11 años, cuando se reponía de una enfermedad pulmonar que le provocaba alucinaciones. El trabajo de Tàpies es una reivindicación de la variedad que permiten las artes, pues en sus obras los materiales son protagonistas: relieves, fragmentos arrancados, laceraciones o grietas que le dan fuerza y expresividad a sus pinturas. En 1974 publicó una serie de artículos compilados en el libro El arte contra la estética, una publicación en la que, refiriéndose al arte, escribió: “lo que sí es seguro es que resulta infinitamente más importante sentirlo, vivirlo, practicarlo, que pensar en él”.
Antonio Tàpies (1923/2012)
España (1923/2012)
Rito, ca. 1998

Para Antoni Tàpies “una obra de arte debería dejar perplejo al espectador, hacerle meditar sobre el sentido de la vida”, y esto es lo que sucede cuando nos sumergimos en su obra Rito, una pintura en la que se puede apreciar la forma en que experimenta con los materiales: con arenas y barniz sintético nos presenta una crucifixión con un profundo sentido espiritual; además, el soporte de la pieza trasciende su estado físico para ofrecernos una reflexión sobre la condición humana. En este cuadro no se pueden perder de vista estos destalles: la X y las cuatro esquinas que evocan cuatro clavos, elementos recurrentes en muchas de sus obras que remiten, de alguna manera, a la crucifixión. El Cristo crucificado es un tema que se repiten en la historia del arte occidental, una figura relevante que nos permite recordar muchas enseñanzas que se han difundido ampliamente: el desapego de lo material, el rechazo a la acumulación de riquezas, la generosidad, la bondad, entre otros preceptos que son tan necesarios en un mundo que nos muestra los horrores de la guerra.
Robert Rauschenberg (1925/2008)
Estados Unidos (1925/2008)
Ensueño ROCI México, 1985

Rauschenberg experimentó la transición entre el expresionismo abstracto y el Pop- Art. Para este artista el expresionismo era un movimiento pretencioso y propio de “hombres viejos”. Durante gran parte de su carrera fue abiertamente político y un apasionado creyente del poder que tiene el arte para transformar a las sociedades. Su obra es una crítica contracultural que le permite cuestionar situaciones como la guerra en Vietnam o la imposibilidad de algunas personas de moverse libremente en sus propios territorios. ROCI son las siglas de Rauschenberg Overseas Cultural Interchange (Intercambio Cultural de Ultramar de Rauschenberg), un proyecto que creó con la intención de establecer puentes y diálogos interculturales. Cuando anunció el lanzamiento de esta iniciativa en las Naciones Unidas, en diciembre de 1984, dijo: “Con base en mis diversas colaboraciones itinerantes, me es posible creer firmemente que el contacto directo que se establece mediante el arte posee una enorme influencia pacificadora y que este es el medio menos elitista de compartir información poco común”. Palabras que siguen vigentes en un mundo que busca la paz y la movilidad libre de todas las personas que lo habitan.

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