Nro. 1
La sostenibilidad del Museo
Por María del Rosario Escobar P
Cuando en una familia cualquiera, pasado el impacto y la alegría de ver a uno de sus miembros tocado por el talento de la música, el dibujo, o el teatro, por poner un ejemplo básico, sus miembros enfrentan la decisión de estimular ese don hasta hacerlo una profesión y con ello viene la pregunta ¿se puede vivir del arte? La respuesta es sobre todo un acto de confianza y fe en como quiera que lo llamemos: destino, voluntad, disciplina, contexto social y hasta “duende”. En el caso institucional, ¿de qué vive un Museo?, inclusive, ¿puede también un museo tener sus cuentas al día si sólo se ocupa del arte?
Como en el caso de los individuos, los museos se deben ver uno a uno: su historia, el lugar que ocupa, el edificio que habita, la colección que cuida, todos estos elementos van configurando una suerte de personalidad, de estilo único, que lo distancia de los demás, de todos los demás en un entorno amplio. Como todo aquello que está vivo y se hace en el tiempo, como las personas, no hay dos museos iguales en ninguna parte del mundo. Cada uno es su propio universo y constelación, su propio sistema, su singular crecimiento. Por todo ello, la pregunta por la sostenibilidad puede ser la configuración de una dieta a la medida para cada uno, pero eso sí, una que sea nutritiva, contundente.
En nuestro país, los museos de arte más consolidados son proyectos de largo plazo. El Museo de Antioquia, el de carácter privado más antiguo. Y luego, condiciones muy particulares; padres fundadores del siglo XIX, un artista mecenas que lo acompañó en las últimas tres décadas del siglo XX, un desafío de ciudad en el presente. Y en medio de todo ello, siempre la misma encrucijada: un noble objetivo, un propósito público, una constitución nacida de la sociedad civil y acunada por ella misma.
Posterior a los años de pandemia, la pregunta por la sostenibilidad de instituciones como los museos toma un nuevo tono. Los vientos de cambio en el mundo son generalizados: noticias de guerra, desesperanza, transformaciones en el entorno laboral, la salud mental, el cambio climático, entre muchos otros, nos ubican ante la triste pregunta por el mérito que tiene el arte en un entorno crítico al momento de sumar urgencias, problemas importantes. De la pasión por los asuntos aparentemente sin importancia, se dice que los deportes de competencia son los primeros. Y yo diría, de todos los asuntos, de todo lo que nos hace humanos, debemos empezar a alejarnos de un mundo de jerarquías, en donde unas cosas son de mayor importancia que otras, según la escala arbitraria de un modelo de pensamiento. Aún hoy, a más de dos mil años de distancia, el fresco hallado en una pared de Pompeya nos roba el aliento, una simple bandeja de panes, hoy es inclusive más sublime, porque es el mismo del presente, constante en el aroma, la alegría, la calidez, la esperanza.
Para retornar a la sostenibilidad, problema posiblemente mundano, volvamos a las estrellas. Su brillo es noticia en el presente de un lejano tiempo pasado. Es noticia en forma de constelación de una mirada, de la sucesión de ojos, sensibilidades y pensamientos, teorías y anhelos que en ellas se han dibujado: astrología, astronomía, ciencia, también arte. Toda expresión de nuestra esencia, se sustenta, sobre todo, de nuestros afectos, esa es la fuente real de la abundancia que el arte, que la cultura necesita.
Dice una bella canción: “uno vuelve siempre a los viejos sitios donde amó la vida…”, de ese sentimiento vivimos los Museos. Ama y actúa en consecuencia.