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El acto de comer va más allá de lo biológico, constituye un archivo cultural que refleja jerarquías sociales, conflictos económicos y heridas coloniales, con igual potencia que refleja costumbres, hábitos, y afinidades sensibles de una sociedad.

Esta curaduría visita la colección del Museo entendida como un gran archivo, explorando sus bodegas y pinacotecas con la mirada situada en lo más común y cotidiano: el alimento, como eje para narrar una historia del territorio llena de conflictos y contradicciones. Es por eso, que la exposición abre la pregunta: ¿Qué revelan las imágenes de comida sobre este lugar?

El bodegón, tema recurrente en la historia del arte que suele contener frutas y otros elementos relativos a la mesa y al día a día, aparece para dar las primeras respuestas o pistas. El alimento está ahí en abundancia: naranjas, plátanos, uvas y limones, frutos ajenos, traídos, insertados y cosechados en la fertilidad del territorio.

La línea de tiempo que se explora es extensa pero no continua. Establece un diálogo entre herramientas para cocina prehispánicas, instrucciones de cómo preparar una arepa o cómo dibujar un bodegón, cubiertos de plata, vajillas de porcelana china y japonesa de los siglos XIX y XX, que conversan con pinturas e imágenes donde habita el alimento siendo cosechado, vendido, cocinado o retratado a la espera de ser masticado o compartido.

El régimen de la mirada replica motivos y gestos, proyecta aspiraciones y enuncia ausencias. Aparecen también las mesas vacías y las carretillas llenas de frutas y verduras del otro lado del muro. El espectador es invitado a recorrer el mural de Pedro Nel Gómez, que habita en soledad una sala del primer piso, “La mesa vacía del niño hambriento”, y el maíz, que brilla por su ausencia en la representación, aparece para reclamar su puesto en la intervención del colectivo Deuniti que llama al espectador a elogiar nuestro alimento esencial, ¿es suerte o resistencia?

La exposición se alimenta de material de archivo de prensa y de internet siguiendo las pistas que dan las obras e invita al espectador a observar con detenimiento su propia relación con el alimento, poniendo en evidencia la dimensión política de la cotidianidad: el maíz y el frijol como sostén y símbolo; la mesa como espacio de afectos, identidades e ideologías, y el hambre como producto histórico de dinámicas estructurales y heridas políticas.

Curaduría

Alejandra Jaramillo Paba

Jaime Carmona Múnera

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